El mundo según Luisa
(Lilian Neuman)
Si
el enigma de El día que aprendí a volar, de Stefanie Kremser (Düsseldorf, 1967) se hubiese inscrito en el policial, sería una intriga de leyes diferentes, una investigación en la que el desorientado detective se toparía con un grave asunto de amoralidad.
Esta
historia, traducida al catalán en 2016 (y ahora al castellano),
comienza con un crimen. Pero de índole muy diferente de los que este
blog suele reseñar. Elegimos este singular personaje lanzado
-literalmente- al vacío del mundo como la forma más perturbadora,
feliz e inteligente de celebrar un año más.
Stefanie Kremser. FOTO Ana Portnoy |
En efecto, el
primer llanto de Luisa responde al más bestial recibimiento para una
inocente que viene al mundo. De su madre -personaje del que
pensaremos todo, de lo más atroz a lo más fascinante- advertimos su
crimen, su fuga y poco más.
Entonces empieza el
mundo de Luisa -o el mundo según Luisa-, y en él el mal y el bien,
el abandono, el misterio y la soledad son tratados desde un lugar
que, por inusual e inestable, se afirma como el mejor espacio
posible, el mejor para entender cómo y por qué nos quieren y
queremos, qué somos y qué deberíamos ser.
Ese mejor mundo
está en Múnich, en un piso de alegres estudiantes o aspirantes a
una profesión -entre ellos Pau, el padre de Lulú-, impregnado a
ratos por el aroma a pachulí de una de las inquilinas. Hay otros
vientos y aromas que la pequeña narradora de ojos adultos sintetiza
en esta biografía de su familia sin madre. El humo del tabaco del
larguirucho Max, sentado horas a su mesa de dibujo, el perfume de
Fergus, el gran salvador.
El tiempo y los
destinos harán su trabajo, pero antes de saber qué fue de cada uno
(los años pasan, nos hacemos mayores, qué se puede hacer) está la
investigación fundamental. Luisa y su padre viajan en busca de los
orígenes, desde una familia alemana al otro lado del mundo a la
selva en Brasil. Hasta entonces, la vida era un “metrómono
constante y tranquilizador”. Pero allí les aguarda todo lo que no
sabían sobre aquella madre en fuga.
Tras ese enigma, el relato de
la emigración de alemanes a aquel lugar desde el siglo XIX, sobre
todo en el sur. Un siglo después, existen colonias que parecen seres
aislados y asépticos (como ocurre también en Argentina, en donde
alguna parece inmutable respecto al modelo original). Pero también
se produce la inevitable fusión con lo local. La historia que
descubre Luisa es un sinuoso recorrido -producto del trabajo de
investigación de la autora- que depara observaciones certeras: “Simplemente
retomamos lo que estábamos haciendo antes de la guerra, y en algún
momento fingimos que todo estaba olvidado. Pero para vosotros, los
jóvenes, no es ninguna novedad, ¿verdad?”
La biografía de
Stefanie Kremser (Düsseldorf, 1967) es decisiva en esta historia. Autora de documentales, guionista, novelista, Kremser es de familia
alemana-boliviana, creció en San Pablo y, como sus personajes, vivió
en Múnich de estudiante. Vive en Barcelona desde 2003 y su anterior
novela Calle
de los olvidados (Edhasa/Edcions 62), que abre con un crimen -curiosamente, tambíen en forma de caída
al vacío-, es el agudo retrato en movimiento de esta ciudad y sus
especuladores.
Si
se tienen hijos jóvenes, o amigos demasiado apegados al terruño, o
demasiado estrictos en lo que a raíces se refiere, es el momento de
hacerles oír esta voz que da esquinazo a la tragedia. Kremser
-políglota, sudamericana, europea- consigue que Luisa nos hable
a su modo de cuestiones de estirpe e identidad. No se ríe de ellas.
Simplemente las agita con fuerza. Pura alegría de vivir.
El
día que aprendí a volar/El dia que vaig aprendre a volar
Stefanie
Kremser
Entreambos/Edicions
de 1984
Traducción
de Marina Bornas/Anna Punsoda
285
páginas/288 páginas
17,95
E
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