Las reconfortantes gamberradas de Eduardo Mendoza


(Rosa Mora)
  Leer a Eduardo Mendoza siempre es un placer, escriba lo que escriba. Los críticos distinguen entre “obras serias” y “obras menores” y en estas inscriben la serie protagonizada por el detective loco, de la que acaba de aparecer la quinta entrega, El secreto de la modelo extraviada. Yo prefiero el adjetivo que utilizó Pere Gimferrer en la presentación de la impagable Sin noticias de Gurb, “novelas ligeras” o como dice Mendoza, “gamberras”.
Eduardo Mendoza. Foto ELENA BLANCO 
  Gurb --el entrañable extraterrestre cuyas aventuras se publicaron por capítulos en El País en agosto de 1990 y que al año siguiente apareció como libro— es primo hermano del detective loco. Estas novelas se mueven entre el esperpento, la picaresca, la sátira, el sarcasmo, lo absurdo e incluso a veces son surrealistas. Son, sobre todo, muy divertidas.


   El secreto de la modelo extraviada quizá no sea tan bestia como las dos anteriores, La aventura del tocador de señoras y El enredo de la bolsa y la vida, en las que no dejaba títere con cabeza, pero plantea nuevos retos. Se desarrolla en un triple plano temporal. Primero, la larga jornada que vive el detective, ahora repartidor de comida a domicilio de un restaurante chino, desde que sale por la mañana a hacer una entrega hasta que por fin la lleva a cabo bien entrada la madrugada.

En esta larguísima jornada presuntamente laboral, un perro muerde al detective y le recuerda un incidente parecido ocurrido 20 años atrás cuando fue acusado de haber estrangulado a una modelo. El caso se cerró en falso y él siente ahora la imperiosa necesidad de averiguar qué ocurrió de verdad.

   Ahí empieza un interesante viaje entre el pasado y el presente. Entre los años ochenta, cuando Barcelona empezaba a soñar con los JJ OO y vivía la Transición, y la actualidad, en la que la ilusión y la esperanza de un futuro mejor se han quedado por el camino.

   Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) no da puntada sin hilo. Todas las situaciones absurdas que crea y toda la sorna y el humor que las acompañan no ocultan una crítica implacable. En esta novela lanza sus dardos envenenados y humorísticos contra el reducido círculo de “héroes” que controlan y mangonean la sociedad catalana. Es un retrato cruel de unos empresarios preocupados siempre por sus calerons.

   Inventa una sociedad secreta, la APALF, cuyas siglas corresponden al desternillante y revelador grito de guerra “Andreu, porti’m a la fàbrica”. El objetivo de estos empresarios era, en los años sesenta, evadir capitales por si el plan de desarrollo de la dictadura les perjudicaba. Ahora quieren repatriarlos sin que se note, al menos sin que se dé cuenta Hacienda. 
    
 Escenas memorables

   No se pierdan las páginas en que describe una reunión clandestina de estos tipos en la que lo mismo hablan de cómo asesinar al tipo que lo sabe todo de sus pufos que de gastronomía o de encargar pizzas. Es delirante:
 "Quizás podríamos pedir un dictamen", sugiere uno de los empresarios cuando debaten la eliminación del individuo. "Un dictamen no vinculante, por supuesto", sugiere otro. ¿Y a quién se lo íbamos a pedir?" "Al Síndic de Greuges, por ejemplo" sugiere un caballero. "¿Matamos al Magí, sí o no?" "Nosotros no matamos a nadie. Si acaso, hacemos matar. No confundamos los conceptos"
  Y tanta discusión clandestina les abre el apetito: "Podemos encargar unas pizzas por teléfono. A mí me vuelven loco. Sobre todo la napolitana". "¡Eso! ¡Y que el repartidor nos encuentre a todos reunidos complotando un crimen!"

   Barcelona

   Barcelona y sus transformaciones es la gran materia narrativa de Mendoza desde que publicó La verdad sobre el caso Savolta (1975), La ciudad de los prodigios (1986) o Una comedia ligera (1996). Con honrosas excepciones como La isla inaudita (1989), que transcurre en Venecia; El año del diluvio (1992), ambientada en la provincia de Barcelona o Riña de gatos en Madrid. 1936, con la que ganó el Premio Planeta en 2010. La capital catalana y sus gentes son también protagonistas de la serie del detective. El investigador la recorre infatigablemente desde la elegante zona alta hasta La Rambla, el Eixample… y contrasta sus recuerdos de los ochenta con lo que ve actualmente.

   El personaje que mejor expresa la opinión de Mendoza sobre cómo ha cambiado Barcelona es la señorita Westinghouse, que hacia el final de novela se lamenta de que esta ciudad ya no es la suya:

  “Hoy Barcelona es una ciudad trepidante, próspera, rebosante de glamour […] Pero las cosas no son como yo la había imaginado. Yo imaginaba una Barcelona y ellos han hecho otra. […] Barcelona ha cambiado, como yo vaticinaba, pero para convertirse en la capital mundial del baratillo y de la idiocia. En esta Barcelona no hacemos ninguna falta”.


   Las novelas del detective son consideradas en general como policiacas o de suspense o como parodias. En realidad, son esperpentos, género del que se sirve Mendoza para narrar un tiempo, unas circunstancias y una ciudad a través de un personaje singular. En cualquier caso, El secreto de la modelo extraviada es la menos paródica de todas. Hay en ella una cierta nostalgia, una melancolía. El paso del tiempo es inexorable. Los personajes que el loco trató hace 20 años han muerto o están derrotados.
  Quizá el más optimista es el detective. “[…] yo gozaba de buena salud, pero también mi vida se aproximaba al ocaso”, dice en la página 274. “Salvo este detalle en casi todo podía considerarme afortunado”. Tiene un empleo miserable, una vivienda también miserable y han acabado sus desavenencias con las autoridades. ¿Qué más quiere? Los que somos fans de este tipo estrafalario queremos que ese ocaso no esté demasiado cerca y que sigamos disfrutando de sus aventuras.


Un loco muy listo

El detective loco es el narrador y protagonista de una serie de hasta ahora cinco novelas: El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), La aventura del tocador de señoras (2001), El enredo de la bolsa y la vida (2012) y la última, El secreto de la modelo extraviada.


El loco, un tipo esmirriado y feo, creció en un ambiente sórdido, en lo que luego se denominaría una familia desestructurada. Pronto se inició en la delincuencia, pero era demasiado torpe, y se hizo confidente de la policía que lo utiliza como cabeza de turco o para que le saque las castañas del fuego. En eso demostró que no tiene un pelo de tonto porque aunque a veces ni el mismo sabe cómo siempre acaba resolviendo los casos. Su visión del mundo es sensacional.
Fue confinado en un sanatorio mental. En el Secreto… cuenta que en la institución psiquiátrica ingresaban a “quienes habían tenido el acierto de agregar a un equilibrio mental inestable, una conducta punible y una reiterada incapacidad para convencer a la judicatura de su inocencia”.
A sus continuos intentos de demostrar su inocencia se debe probablemente ese lenguaje entre arcaizante y judicial que utiliza y que es uno de los aciertos de la serie. Una manera de hablar en la que las cosas no ocurren sino que “acaecen” o “acontecen”.
El detective no tiene nombre pero siempre se apropia o inventa alguno. En El misterio de la cripta embrujada utiliza el apellido del director del manicomio, Sugrañes, con diversos nombres, Arboreo, Fervoroso o Ceferino. En El secreto de la modelo extraviada se hace pasar por el subteniente Asmarats que es quien le persigue a él.
Ceferino, como le llaman ya algunos especialistas, abandonó el sanatorio mental en La aventura del tocador de señoras y su cuñado Viriato le proporcionó un trabajo de peluquero de señoras. En El enredo… siguió siendo un peluquero sin clientas hasta que su local cutre fue adquirido por una familia china para convertirlo en restaurante. Ahora, en El secreto…, el restaurante ha sido comprado por una cadena también china.

La fascinante señorita Westinghouse
El detective sin nombre que en las primeras novelas de la serie actuaba solo, desde El enredo de la bolsa y la vida recluta a alguien para que le ayude en sus correrías. En El secreto de la modelo extraviada, reaparece su hermana Cándida, la temeraria y escasa de luces prostituta del Barrio Chino, desnortada desde que la han trasladado a la otra punta de la ciudad; el corsetero Muñoz, que hacía descuentos a la gente bien; Cecilia, la propietaria, del restaurante Casa Cecilia, cocina riojana, y cinco travestis, entre los que destaca la señorita Westinghouse.
La señorita Westinghouse era guardia civil, pero pidió la excedencia cuando sustituyeron el tricornio por la boina. Sacó su apellido de un anuncio de un ama de casa americana (el sueño de toda su vida). Luego descubrió que el anuncio no era de la señora sino de una nevera, pero le dio igual. 
Reingresó en la Guardia Civil ya en épocas de más tolerancia. Durante su excedencia, sin mérito alguno y por arte de birlibirloque había ascendido varios grados. Así que se jubiló como coronel y tuvo su propio programa de televisión muy de ultraderecha, sobre los males que acechan a Cataluña y España. “Soy un mujer alocada, pero también soy un hombre de honor”, le dice al detective.

El secreto de la modelo extraviada
Eduardo Mendoza
Seix Barral
320 páginas. 18,50 euros













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