Wallander, cómo empezó todo
(María Eugenia Ibáñez)
Quienes
añoramos a Kurt Wallander nos hemos acercado Huesos en el jardín con profunda veneración, a sabiendas de que
esta novela de Henning Mankell no es una continuación de la serie sino una
apostilla de la misma, casi un texto rescatado del olvido. A la postre, la
lectura del libro nos convence ya definitivamente de que hemos perdido a
Wallander, de que, quizá, en el mejor de los casos, nos reencontraremos con su
hija, con Linda, pero ni siquiera eso es seguro. Tengo la sensación de que
Mankell ha puesto en las librerías Huesos
en el jardín para zanjar las especulaciones sobre un posible regreso de su
querido inspector, al que dejó muy maltrecho en El hombre inquieto, esta sí, la última novela con las peripecias
del policía sueco.
Es
de rigor explicar que Huesos en el jardín
fue escrita en el 2002 para una edición holandesa y que desde entonces no se había
traducido a ninguna otra lengua, aunque fue utilizada para la serie de la BBC que protagonizó Kenneth Branagh. La
novela es la más breve de las escritas por Mankell, 158 páginas, y esa
extensión marca la diferencia con las obras anteriores, si bien en la trama queda
intacta la marca Wallander, el movimiento de los personajes, sus reacciones, el
pesimismo del policía, su obsesión por los detalles, su habilidad para
interpretar las en apariencia nimiedades, sus sueños siempre relegados, la
casa, el perro. Pero sí se echan de menos las largas disquisiciones del autor
sobre la pérdida de valores, sobre el bien y el mal, sobre lo que debería ser y
no es, esos razonamientos que, más allá de la pulcra resolución de un delito,
han hecho de Mankell un autor diferente, crítico, punzante con una sociedad que
ya no entiende.
La
novela se lee de un tirón y con interés. La trama arranca a partir de uno de
esos sueños perdidos de Wallander, la búsqueda de una casa aislada y con
jardín. Su compañero Martisson le ofrece la posibilidad de adquirir la finca de
un pariente y en la visita previa a la compra el inspector descubre enterrados,
primero los restos de una mano y, después, del cadáver completo, cuya
identificación acabará obsesionando al policía. La narración avanza con
rapidez, los diálogos son fluidos y mucho más frecuentes que en otras obras de
la serie. El final, coherente con la trama, sin estridencias ni trampas de
última hora. El sello de Henning Mankell.
Pero
con el desenlace de la novela no se llega al final del libro. Siguen unas
escasas veinte páginas de un interesante posfacio en las que el autor nos
explica cómo empezó todo, cómo nació su criatura literaria, cómo fue creciendo
el personaje de Wallander, la génesis de sus diez novelas e incluso anécdotas
en la relación con los lectores. En esas páginas se nos aparece un Walander casi
de carne y hueso, con un perfil físico y unos hábitos de vida que definen sus enfermedades
y un autor que parece rebelarse contra su personaje, que se debate entre seguir
dándole vida o dejar los relatos policíacos y dedicarse a escribir sobre teatro
u otros temas. Algo así como una historia de amor que alterna la pasión y el sufrimiento,
que se repite una y otra vez aquello
de “déjalo mientras sea posible”…hasta
que lo deja.
El
posfacio del último libro de Wallander en castellano también rompe tópicos, por
ejemplo el del pesimismo de Henning Mankell. Cito una de sus últimas frases: “El libro físico jamás desaparecerá. Y creo
que también habrá cada día más personas que, sin ser retrógradas, volverán al
libro de papel”. Todo un ejercicio de optimismo.
Huesos en el jardín/Ossos al jardí
Henning Mankell
Tusquets/L'ull de vidre
Traducción de Carmen Montes Cano/Marta Casas
178 páginas/192 páginas
17 Euros
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