¡Maten al cocinero!
(Rosa Mora)
Páginas y páginas en los diarios, en las revistas, en los suplementos, en programas y concursos de televisión, en la radio, en Internet, gastrofiestas (“una colisión creativa entre comida, música y arte”)… Todo para el mayor placer de gourmets, gastrónomos y foodies, una industria, un negocio potente y publicitado gratis la mayoría de las veces… y otras, un hartazgo. Por eso no está mal que de vez en cuando asesinen literariamente, solo en la ficción -seamos políticamente correctos-, a un gastrónomo o a un cocinero.
Páginas y páginas en los diarios, en las revistas, en los suplementos, en programas y concursos de televisión, en la radio, en Internet, gastrofiestas (“una colisión creativa entre comida, música y arte”)… Todo para el mayor placer de gourmets, gastrónomos y foodies, una industria, un negocio potente y publicitado gratis la mayoría de las veces… y otras, un hartazgo. Por eso no está mal que de vez en cuando asesinen literariamente, solo en la ficción -seamos políticamente correctos-, a un gastrónomo o a un cocinero.
En Un cadáver entre plato y plato, de Tom Hillenbrand, un crítico
gastronómico de la guía Michelin muere entre el primer y el segundo plato en un
restaurante de Luxemburgo. En Demasiados
cocineros, de Rex Stout, el asesinado es un chef, acuchillado por la
espalda, mientras sus colegas participaban en un concurso para averiguar los
nueve condimentos de una salsa. La primera fue publicada originalmente en 2011
(2013, en España) y la segunda apareció en Estados Unidos en 1938 y recuperada
aquí este año por Navona. O sea que el frenesí culinario no es un fenómeno
nuevo.
Nero Wolfe, el
exquisito detective privado creado por Stout en 1934, apasionado de la buena
mesa y del cultivo de las orquídeas, es el encargado de resolver el asesinato
del cocinero. El escenario es sencillo y la trama aún más. Reputados chefs de
medio mundo celebran una convención en un lujoso balneario en Filadelfia.
Wolfe es el invitado de honor para dar una conferencia sobre la contribución norteamericana a la haute cuisine. En esa época Francia y el francés mandaban en la cocina internacional y todos adoraban a Brillat-Savarin.
Wolfe es el invitado de honor para dar una conferencia sobre la contribución norteamericana a la haute cuisine. En esa época Francia y el francés mandaban en la cocina internacional y todos adoraban a Brillat-Savarin.
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Rex Stout. Fotografía de Wikipedia |
El paquidérmico
detective sólo acepta descubrir al asesino a cambio de la secretísima receta de
la saucisse minuit.
Para los académicos
especialistas en géneros, subgéneros y subsubgéneros, Nero Wolfe puede inscribirse en la corriente
Armchair Detective, investigadores que trabajan a distancia. No acuden al
escenario del crimen, ni interrogan a los testigos ni se matan buscando pistas
y pruebas. Tienen quien lo haga por ellos. En este caso, Archie Goodwin, secretario, guardaespaldas, taquígrafo y lo
que haga falta, y el tosco huelebraguetas Saul Panzer.
Goodwin es, además, el
narrador de las historias de su patrón. En esto, Rex Stout (1886,
Indiana-Connecticut, 1975) se inspiró, como tantos otros autores (Arthur Conan
Doyle o Agatha Christie, por ejemplo), en el number one, Edgar Allan Poe. Este autor imprescindible y
polifacético escribió el que es considerado el primer relato de detectives, Los crímenes de la calle Morgue (1841).
Su criatura, Auguste Dupin, investigador por afición, tiene un amigo que narra
sus peripecias y con el que vive en un destartalado edificio del parisino Faubourg
Saint-German. De ahí salieron el Watson de Sherlock Holmes o el capitán
Hastings de Poirot.
Puestos a clasificar, me
gustaría meter a Wolfe en un grupo de detectives divinos, que no maestros. Son
diletantes, ricos, esnobs, cosmopolitas y, en general, se dedican a la
investigación criminal por placer. El neoyorquino Ellery Queen, que disfruta de
la herencia de su difunta madre, lleva quevedos y usa bastón y a menudo echa
una mano a su padre, el inspector Queen. El también norteamericano Philo Vance,
coleccionista de arte, cosmopolita. Vive como un rey gracias a la herencia de
una tía. Se distingue por llevar monóculo y es prepotente y despectivo (con
quien puede).
Lo de Thomas Linley,
conde de Asherton, es pura vocación, siempre quiso trabajar en Scotland Yard
aunque algunos de sus colegas recelan de sus orígenes aristocráticos. Ha
estudiado en Eton y Oxford, es muy educado y amable y de vez en cuando padece
de mal de amores. Lord Peter Wimsey, segundo hijo del vigésimoquinto duque de
Denver, es un dandy de la alta sociedad británica, héroe de guerra (de la
primera mundial), ha sufrido mucho y le interesa la cosa criminal de forma
amateur.
Todos son divinos
¿verdad? Las novelas protagonizadas por Wimsey
(Dorothy L. Sayers) son las mejores y más literarias; permanecerán
aunque las modas y costumbres cambien. Las de los otros personajes son
historias de detectives. Demasiados
cocineros es entretenida y cuenta bien un pequeño mundo de amistades, competencia,
celos, envidia y mucha comida y bebida. Es divertido ver cómo se las gasta esa
panda de maîtres y chefs. El cocinero asesinado no da ninguna pena porque es
malo. No sólo roba ideas y recetas de sus colegas, también les birla alguna de
sus mujeres.
Demasiados
cocineros
Rex Stout
Traducción de José Luis Piquero
Navona
280 páginas. 13.50 euros
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